El
propio título me lleva a plantear cuáles son los puntos que nos unen a las
personas. Sin duda, las creencias, los sentimientos básicos y la situación del
momento que los provocan, serán las respuestas más generalizadas. La
violencia es un espacio desencuentro.
En
nosotros se despiertan las emociones
inculcadas por nuestros genes y por la función de la mente estructurada
conforme a los mecanismos adquiridos. Las costumbres y las tradiciones se
convierten en hábitos mecanicistas que pocos se plantean revisar.
¿Cuántas
veces hemos oído decir que se privatizan los beneficios y las pérdidas se hacen
públicas? Y están en lo cierto. Ninguna empresa quiere malos resultados para su
negocio (como ninguno los queremos para nosotros) y lo público no puede negar su
ayuda ante la injusticia social. La violencia es un valor negativo, de
rentabilidad negativa. Resta, no suma.
Esbozadas
tales premisas, convendrán conmigo que la RENTABILIDAD debe ser uno de los
pilares importes para el desenvolvimiento de una actividad, tanto publica como
privada. Ha de valorarse desde un rendimiento económico y desde un rendimiento
social. Éstos habrán de ser
cuantificados (aunque su relatividad sea manifiesta) para poder asentarse
contablemente. Por tanto, lo público, lo privando, deben de convivir juntos,
aun cuando existan funciones que exclusivamente el Estado deba controlar: La
producción, el control y el desarrollo de las armas. El cobro de impuestos. Los
medios de cambio. La seguridad, la justicia y el orden social. La igualdad de
oportunidades, el desarrollo de sus ciudadanos, su bienestar. Puntos de
encuentro en los que todos deberemos, igualmente, participar. Convendría, a la
hora de sentarse a dialogar, revisar las
causas descritas, para alcanzar los espacios de acercamiento, los puntos de
acuerdo necesarios para mejorar la concordia que nos haga más fácil la búsqueda
de la felicidad. La violencia genera violencia y ejercida desde el poder
abuso, maldad, es inmoral.
Me
disponía (lo haremos más adelante) a escribir algo, a propósito de la
convivencia, respecto a temas tan
amplios e importantes como la salud, la alimentación, la educación, la
economía, las fuentes de energía y otras
actividades como el despido libre, la ocupación social, los distintos agentes,
etc., cuando noticias luctuosas han sido actualidad en España. Y aunque he
procurado evitar comentarios de acontecimientos acaecidos, por muy graves que
fueran, tratando de mantener una objetividad que no me comprometa, no puedo
eludir ahora referirme a la actuación policial. Es sumamente vital que el poder
soslaye la violencia. Ante ella, no hay más defensa que la violencia, por más
que Grandes de la historia (que a todos nos vienen a la memoria) nos hayan
mostrado el camino de la paz con el que comulgo,
dando ejemplo con sus actuaciones. El poder ha de ser el paradigma en el que el
ciudadano ha de mirarse. No tiene porque combatir las voces nefandas o de
desprecio que les dirijan, porque no es su voluntad sino la de quienes las
emiten; sí defenderse manteniendo sus barreras con los mismos o similares artefactos
de los que les ataquen en su caso y, por supuesto, sin abusar de las armas que
alimentan la discordia. No es protección sino ataque, el perseguir a maltratar
a quien grita o insulta; no es protección sino violación de los derechos
humanos, responder con encarnizada agresividad contra quien lo provoque; no es
protección siquiera, obligar por la fuerza a cejar de manifestarse cuando las
injusticias son manifiestas. El poder sabe que por ese camino, provocando el
fuego del infierno, abusando de su situación, tiene los días contados, conduce
a la venganza, a la enemistad, a la decadencia ¡Ojo! Nos acerca a los
inquisidores años de la dictadura, al caudillaje de algún iluminado, a la
destrucción del bienestar conseguido.