sábado, 28 de marzo de 2015

CONTESTANDO A UN MILITANTE

En los tiempos que corren, con la vigilancia de los interventores en los distintos partidos políticos y demás medidas, no aceptar el resultado de las elecciones, por ejemplo, en las celebradas recientemente en Andalucía, es sencillamente una perogrullada. Y por tanto, hay que felicitar a su justo ganador, cosa que aprovecho para, desde aquí, elogiar al PSOE. Eso no significa que, como cité en mi entrada anterior, no me resultara incomprensible el resultado obtenido por dicho grupo, toda vez que en el aire del mismo se agitan fantasmas muy concretos de corrupción que a la gente le horroriza, existiendo,  además, un desempleo galopante que no saben como parar. Expresaba también las causas que, tal vez, se dieron y abogaba por fórmulas (siempre dispuesto a repetirlas) para evitar males como los citados, la emigración y la pobreza que, por desgracia, azotan en todo el territorio español. No ha faltado quien, sin embargo, poniendo el grito en el cielo, se ha indignado ante tales comentarios, aludiendo una falta de respeto hacía los andaluces que han votado lo que les ha dado la gana.
Mi respeto es total, no sólo para los andaluces, sino para todas las personas de bien. Y una simpleza es considerar falta de respeto al hecho de que alguien se extrañe de un resultado. Porque si alguien es libre para decidir, también lo es para opinar. Por supuesto ¡faltaría más! que cada cual vote lo que le plazca, pero eso no es óbice, para que su resultado resulte extraño. Aunque no sólo en eso consiste la democracia. La democracia es mucho más.
Pertenecer a un partido no es tener patente de corso para enervarse en su defensa. No hay mayor grandeza que reconocer errores y aceptar críticas y, en su caso, regenerarse. Y, menos aun, defender lo indefendible, que es una manera de llegar a ninguna parte.
Con harta frecuencia se han oído voces esgrimiendo el tú más, que no es sino la acreditación de que, quien lo utiliza, también lo es. Igualmente, alguien dijo que los españoles roban a Cataluña y ya se sabe quien sí lo ha hecho. Los mismos que se defienden explicando que no se les ataca a ellos sino a Cataluña o al pueblo en el que se escudan. Tretas empleadas, especialmente, por políticos, dirigentes o no, que tratando de confundir o enfrentarla, engañan a la gente, carentes de argumentos con que rebatir o defenderse. Y no saben que con ello ponen de manifiesto su sentido de inferioridad o a descubierto su ignorancia y falta de recursos, dejando mucho que desear. En la campaña de Andalucía lo hemos podido comprobar: pocas razones y muchos gestos. Pocas evidencias y muchas arrogancias.
Ni siquiera Susana es Andalucía (por mucho que ahora, legítimamente, tenga que representarla). Ni el PSOE tampoco (por mucho que durante treinta o más años la gobierne). Andalucía es mucho más. Una parte vital de España donde los seres vivos son bien acogidos (por definirla escueta y sencillamente).

Comprendo, no obstante, que pertenecer a un partido político, sometido o no a su disciplina, condiciona. Y da pié a tildar de ignorante a quien, efectivamente, lo es y que, como yo, lo sabe y acepta, pero no lo es tanto como aquél que no quiere aprender y rechaza la afirmación de que el más ciego no es quien no ve, sino quien no quiere ver, siendo el último en enterarse de lo que pasa en su casa. Y así, de ese modo, se llega a la paradoja de ver a los dos de los últimos principales mandatarios de ese partido, por citar una simple muestra, volando sobre una amplia alfombra henchida de sospecha de la corrupción que tanto daño produce, escorando a estribor, mirando de popa a proa, al partido. Nunca hay motivos para insultar, ni ponerse nervioso, ni mucho menos odiar o estallar en guerra; al revés, bienvenidos al dialogo, al debate, a la confrontación dialéctica que alumbra y engrandece. Honorabilidad, Transparencia, Rentabilidad, que siempre cito como virtudes a seguir,  han de resplandecer con la sinceridad, con las verdades de cada cual, equivocadas o no.  

martes, 24 de marzo de 2015

MALES ENDÉMICOS

Resulta incomprensible que el PSOE haya ganado en Andalucía. Como si la corrupción no fuera uno de los mayores problemas que azota esta tierra y numerosos militantes de dicha formación no hayan estado o estén implicados en ella. Como si el paro tampoco fuera una desgracia y el Gobierno autonómico, después de haber sido siempre regido por dicho partido, hubiera eliminado ambos infortunios.
Casi, con total seguridad, los electores se han resignado a aceptar que el terrible mal de la corrupción está generalizado en todas las instituciones; en el germen humano de la avaricia o en los modelos sociales existentes que son incapaces de establecer los medios para evitarla. Conviene no olvidar que en otros lugares reinan los mismos delitos (robo, soborno, chantaje) de personas físicas o jurídicas con acceso a estamentos dominantes, sin que sus gobiernos acierten o estén interesados en doblegarlos. Proceden de viejos tiempos que se han ido ajustando a  procesos o aplicaciones actuales; aunque esto no deba representar consuelo y, menos aún, una sumisión colectiva.
Lo mismo sucede con el desempleo. Esa lacra social que a cualquier persona de bien le repugna y, sobretodo, cuando quien la padece no tiene un techo donde guarecerse o un trozo de pan que llevarse a la boca. (Bien es cierto que, si por desgracia, yo estuviera en tal situación, me gustaría sufrirla en Andalucía por la generosidad de su gente, la fertilidad de su campo y la excelencia de su clima; aunque, posiblemente, cerraría los ojos apretando el gatillo del odio o la venganza a diestro y siniestro). Donde quien gobierna tiene la obligación legal de cumplir con la ley proporcionando trabajo (la Constitución lo ordena) y la conciencia moral para con los suyos y sus iguales, que ya va siendo hora que los desfavorecidos dejen de reclamar pan y trabajo y sean oídos.
El (PSOE), partido elegido, merecería haber sido castigado, como también el PP u otros de los que tenemos constancia que sus ovejas negras han delinquido y, todavía, no han puesto claros medios para evitarlo. La presentación de unos terceros, (nuevos e incisivos grupos con alusiones al cambio y a la regeneración democrática) no han encontrado el eco esperado, toda vez que las palabras se las lleva el viento y no han presentado garantías o compromisos con qué responder a lo que prometen o afirman y, por tanto, la desconfianza de la gente guarda la viña. 
Ya en mi anterior entrada hablaba de fórmulas[1] (que no me cansaré de repetir hasta que se demuestren contrarias al bien general) no sólo para atajar prácticas corruptas, implantar el pleno empleo, aminorar las diferencias sociales o potenciar a las empresas, etcétera, sino también, de cómo acabar con el círculo vicioso entre elegidos y electores (bautizadas con el nombre del Castigo de Sísifo) por los que éstos últimos no pueden resarcirse de las malas artes (engaños, incumplimientos, errores) empleadas por aquéllos para obtener el poder.
En Andalucía el PSOE que va a gobernar tiene la oportunidad de llevar a cabo algunas  medidas descritas y romper males endémicos (paro, emigración, pobreza) que afectan a toda España. Asimismo, de manera ejemplar (sería paradigma para el resto de partidos) a  todos los que aspiran a gobernar, se les impediría las malas prácticas descritas exigiéndoles responsabilidades (a ellos y a sus partidos) y, por supuesto, Honorabilidad, Transparencia, Rentabilidad. De forma que, si estas se dieran (tal como quedó de manifiesto, en las últimas elecciones, cuando el PP llegó al Gobierno), podrían ser paliadas o corregidas mediante la ejecución de los bienes o derechos, que como fianza exigida hayan dejado en prenda (garantías reales, no participar en los siguientes comicios, anular la licencia del partido…) de la misma manera que a un particular se le embargan bienes, le desahucian o castigan por incumplir sus compromisos, contratos o promesas. La democracia con ello no se resentiría, al revés, se apuntalaría con razón.



[1] En la novela Escape pueden leerlas

sábado, 21 de marzo de 2015

EL BAILE COMIENZA

Comienzan bailes alegres y funestos: 2015 un año de comicios. La noria se ha puesto a dar vueltas y los políticos a rebuznar aspirando ser elegidos. Mañana se deciden las autonómicas de Andalucía y, estoy completamente seguro, ni un uno por ciento de los votantes saben de los programas, y menos de los propósitos, que encarnan la lista escogida. Ni conocen a las personas que votan. Tal vez, al cabeza de lista y tampoco. A lo sumo, por algún motivo inconfesable, habrán asistido a algún mitin patriotero a oír las decrepitudes de sus contrincantes. A ver fieles seguidores enardecidos aplaudiendo por cualquier motivo como plañideras llorando a un difunto. Ni una palabra de cómo lo harán, ningún compromiso, ninguna responsabilidad: nada que les suponga un quebranto. Pero, eso sí, muchísimas voces sobre lo positivo, sobre el beneficio que el elector obtendrá si vota a su partido. Y al contrario, lo nefasto, el peligro que correrá si elige otra opción distinta. Todos dicen representar a España, a Andalucía, a la tierra que sienten como suya. Y la tierra no es de nadie y es de todos. Son lugares de paso que el tiempo marca y acoge a quien corresponda. Acuden e imploran sentimientos con sus soflamas, tratando de vender ilusión, ganar adeptos e infundir esperanza. Son capaces de resucitar muertos, vender humo y satisfacer a la gente aun con patadas por el trasero. Y la gente confía esperando que algo varíe para mejor. Pero todo, mucho me temo, seguirá igual, ya que los que salen elegidos harán lo que han hecho los demás: acomodarse y velar por lo suyo, pese a que todos prometieron cambiar.
Ninguno ha dicho que su gobierno, cuando gobiernen, dará trabajo al todo el mundo de un plumazo. Y se puede hacer, no lo duden(1). Convirtiendo parte de los ayuntamientos en empresas de colocación, en patrón de los parados que ocuparan y les compensarán para que vivan. Las empresas tendrán que recurrir a esa única oficina del mercado laboral para contratar la mano de obra y la gente que necesiten. Y no importará, al contrario, serán las mismas las que determinen sus propios costes laborales, respetando un salario mínimo de subsistencia. Detraerán de sus beneficios los importes para pagar a la seguridad social e impuestos. Convendrán todos en aceptar la supresión del dinero físico para poder seguir sus pasos. En limitar rentas y separar claramente lo que es individual de lo colectivo. Y esto tan simple, será una gran victoria en la lucha contra dos de los principales problemas de España: el paro y la corrupción. Si, además, quien salga elegido es capaz (cosa que no han dicho) de quitarse privilegios (eludir mordidas, coches oficiales, asesores, aforamientos), de aprender de los errores hasta ahora cometidos y de responsabilizarse de sus engaños, sin amparar a delincuentes y estando la ley al servicio de todos por igual, ganaríamos la mayoría de la gente y no unos pocos, como sucede ahora, sin que nadie esté por encima del bien y del mal.   
Cuanto me temo que los políticos volverán por la misma senda de antaño, haciendo lo que siempre han hecho; es decir, engañando al pobre en beneficio del rico, siendo el dinero, y no los valores o el esfuerzo, quien marque las diferencias. Y surgirán de nuevo las crisis y la gente continuará lamentándose, diciendo y haciendo lo mismo de siempre. Y será la misma noria, el mismo baile, los mismos rebuznos que se pongan en movimiento. Un círculo que hay que romper, pero no sabemos cómo. ¡Qué no sirvan de consuelo saber que desde Grecia, pasando por Roma y hasta hoy, cosas similares han sucedido! Pensemos que “la antifragilidad de unos (pocos) supone necesariamente la fragilidad de otros (muchos)”(N.N.Taleb). ¿Hay que exigir garantías como indicábamos la semana pasada? Demos en masa, al grupo político que se comprometa con una propuesta concreta y que haya sido revalidada por la opinión pública, nuestros votos, sin miedo, convencidos de que no hay peor castigo que el de Sísifo (2). Ese es el frustrante proceso que se ha de cortar, para que, en su caso, el castigo recaiga no sobre la gente sino sobre los traidores. Nadie puede estar por encima de la fortuna.
(1)Lo descubrirán en la novela Escape que, además de entretenerles, les explicará muchas cosas más.

(2)Llevar una piedra hasta la cima de una montaña y, antes de llegar a ella, una y otra vez, la piedra vuelve a rodar hacia abajo.

sábado, 14 de marzo de 2015

QUIEN HACE UN CESTO, HACE CIENTO

La intención de voto nos vienen indicando los grupos políticos que, posiblemente, ganarán las próximas elecciones. No dudo en absoluto de la buena intención de la gente. Está claro, que quienes han gobernado desde la Transición hasta ahora no son merecedores de más confianza (sus numerosos casos de corrupción son la certeza para el recelo), sin embargo, me gustaría que, no sólo éstos sino las demás alternativas, nos contestaran a una simple cosa: ¿Qué harán para no caer en los mismos errores? Examinaremos lo que digan. No obstante, nos gustaría oír una con la que deben implicarse. A saber: “Quitaremos el dinero físico de la circulación, dejando, eventualmente, la calderilla”. No estaría de más que, individualmente, nos dieran a conocer las medidas que van a utilizar para no delinquir y, en su caso, cuáles van a ser sus castigos y responsabilidades. Se me antoja que, además de eliminar el dinero para poderle seguir su pista, deben abolir sus privilegios (no asesores al haber funcionarios, ni establecer dietas ni dobles sueldos, ni aforamientos, ni coches oficiales… y que el poder judicial lo sea, independiente por completo… y más cosas) y, antes de al ostentar un cargo político, suscriban una declaración jurada o notarial (publicándola) de las obligaciones a las que se comprometen. Podrían ser más o menos estas: “1.- No tendré ninguna clase de prebendas (contrapartidas, pensiones…) claramente diferenciadas a las del resto de los ciudadanos. Ello incluye, que la ley se me aplicará igual que a los demás ciudadanos y, en su caso, no saldré de la cárcel hasta no haber reparado el daño causado, cuya responsabilidad, de no poderla hacer frente, recaerá subsidiariamente en el partido con cuyas listas fui presentado, para lo cual acompaño su aval. 2.- Presentaré a la entrada y salida del cargo que ocupo relación de bienes detallada, así como las de mis familiares más allegados; permitiendo también que, en cualquier momento las autoridades judiciales, puedan revisar las cuentas y los extractos bancarios correspondientes. 3.- Representará delito para mí el no cumplimiento injustificado tanto de los presentes compromisos, como el de las promesas electorales.”
La confianza ha de ganarse. El pueblo no puede aceptar más mentiras y engaños para que (unos tramposos) alcancen el poder. Tampoco evasivas o tretas para justificar sus fracasos. Menos aún, asistir al espectáculo descarado y continuo del tu más con que testimonian sus delitos o estulticias. Falsedades y estafas han de corregirse. El pueblo está indignado y, aunque no puede perder la cabeza, ha de exigir garantías (al menos las citadas) a sus futuros gobernantes, a cada uno de ellos, que deberían desnudarse y dar a conocer su origen, su trayectoria, sus inquietudes, ya que todo el mundo ha oído aquello de que la cabra cambia de pelo, pero no cambia de leche. La gente ha de saber quién le representa y el grado de su Honorabilidad. Lo qué piensa hacer, las medidas qué acometerá, los medios qué necesita y cómo realizará el Programa de su partido. Y, sobretodo, qué Transparencia empleará. Los beneficios qué se obtendrán, cuándo y de qué forma se materializarán. En definitiva, con qué Rentabilidad.
Hemos de tener en cuenta que no hay efecto sin causa. Y a ninguna persona, de ningún grupo, se le ha de facilitar un cheque en blanco. Habrán de aportar los avales que considere oportunos (además del de su partido) para tranquilidad de la gente. Y presentar su historial, su proyecto de actuación, su fehaciente compromiso, sea elegido o no. Que se implique, igualmente, en dar ejemplo a la sociedad y respete los principios citados de Honorabilidad, Transparencia y Rentabilidad que han de regir en todas y cada una de sus y nuestras acciones.
A estas alturas de la película, todos los políticos o los que intentan meterse en política, sino se mojan responsabilizándose con su patrimonio o algo que les duela, me suena a farsa, a impostura, a que son amigos de la corrupción y del enredo, intentando medrar en su propio beneficio. Otra explicación más plausible tañería como las campanas de una ermita abandonada, sin clientelismo que llevar, vaciada de santos, con que vender su mercancía. Ya no queda margen para justificarse con errores porque los demás los hayan cometido o sospechen que siguen cometiéndolos. Los  errores serán nuestros,  de todos los electores, que  elegimos con nuestros votos a personas o grupos indecentes.
Pongámonos en situación y supongamos que tenemos que contratar a varias personas para un determinado trabajo. ¿Qué es lo que hemos de hacer?  Examinaremos  los currículos de los candidatos, indagaremos sobre los mismos, les haremos algún tipo de prueba y los someteremos a una entrevista, pese a que todos ellos posean excelentes informes y propuestas para el trabajo que les vamos a encomendar. Trataremos de contratar a los más indicados, a los más aptos para el puesto sin errar, entre otras cosas, porque tendremos que pagarles sus honorarios y su coste ha de ser compensado con los bienes que nos produzcan.
En el caso de dar la confianza a un político (emitiendo un voto a su favor) hay que tener más cuidado todavía: no hay periodos de prueba, ni despido libre y, además, aunque no quieras, gozará de un tiempo fijo en el que no cabe recurso alguno contra él.
Si alguien trabaja para ti, está siempre a tú disposición haciendo lo que se le requiere. En el caso del político, se torna la situación tan pronto es elegido. Pasa a mandar él y ¡de qué manera! Se designa a sí mismo su sueldo, campa a sus anchas y se considera inmune. Sus decisiones nos afectan sobremanera.  Nos damos cuenta entonces, que deberíamos de haberle exigido algún tipo de fianza con la cual resarcidos de su desfachatez al no cumplir lo que nos había prometido o si nos engañó deliberadamente.
La banca capitalista nos muestra a menudo sus exigencias con cláusulas, tal vez, abusivas, pero permitidas; requiere de infinitas garantías para financiarnos e, incluso, si pasado un tiempo, las mismas aportadas no son suficientes, puede dar por vencido el mismo de no ser éstas ampliadas. Es más, el banquero no concederá un crédito por muy bueno que sea el proyecto que se le presente, si el peticionario ha sido con anterioridad un mal pagador, un dudoso deudor, ha dejado de pagar o tiene antecedentes de no haberlo hecho. Nada parecidos son los motivos por los que otorgamos nuestra confianza a los políticos. Son elegidos sin prenda alguna, con la garantía de su sola palabra que, como tal, no está suscrita ni tasada aunque hayan pruebas certeras de haberla pronunciado ¡Pero sirve para tan poco! Hemos de exigir, por tanto, responsabilidades por escrito. Que sus embustes e informalidades les cueste el puesto. Que sus partidos les respalden convirtiéndose en sus garantes.  Más aún,  desconfiemos o, sencillamente, no votemos a candidatos que hayan falseado, robado, enriquecido o estén incursos en casos dudosos, desdeñando al partido que los lleve en sus listas, ocupe el lugar que ocupe ¡Quien hace un cesto hace ciento!

Una empresa o proyecto irá de una manera u otra dependiendo de las personas que la dirijan, por lo que no debemos exponernos a sufrir sus consecuencias. Bien es cierto, que todos pensamos de manera diferente, pero independiente a las ideologías de cada cual, los valores de Honorabilidad, Transparencia y Rentabilidad son fundamentales para una elección ideal.

sábado, 7 de marzo de 2015

MENOS PREDICAR Y DAR MÁS TRIGO

La historia se repite y de ella no aprendemos.
Como antaño emigrar de España constituye una vía de escape, no por ansias de aventura sino por necesidades de supervivencia, huyendo del hambre y la miseria, pagando las secuelas de la ineficaz clase política, nula para establecer reformas estructurales que lo palíen. Muchos políticos en el poder se jactan de haberlas acometido y, sí, efectivamente, las realizaron, pero fueron en favor de los suyos y unos pocos: bancos, poderosos y otras entidades capitalistas que, en su caso, mañana puedan compensarles. En definitiva, han hecho lo de siempre, lo que saben hacer: aumentar la riqueza de los ricos y concentrar la pobreza entre los más desfavorecidos. El partido que hoy nos gobierna dice sacarnos de la crisis (en un entorno globalizado su propia sinergia la desbarata) confiando en los mercados, privatizando empresas públicas, cercenando gastos arbitrarios (anulando la investigación, recortando la sanidad y la educación, excluyendo la dependencia) y aumentando ingresos indiscriminados (a través del iva y no de la especulación o dificultando la corrupción) sin medir sus consecuencias que nos han llevado a más desigualdad: más sacrificios y muertes que no se contabilizan y, lo peor, restricción de libertades a través de una educación que mediatiza a nuestros hijos a su antojo,
Se han encargado de ordenar a las personas, como antaño, en clases sociales, hasta sepultar a las de más baja condición económica en la resignación, sin que éstas puedan soñar, siquiera, con tener igualdad de oportunidades. Consciente o inconscientemente, se han convertido en un poder pragmático que abraza un cristianismo interesado, capaz de volver a crucificar a Jesús tildándolo de comunista. Hay muchos fieles seguidores del partido que creen a pie juntillas sus prédicas, viviendo y aceptando sus normas, ajenos a los problemas de la gente, sin reconocer que son sus líderes los que se creen con genomas superiores al resto de los mortales.
Hoy la sacro santa Constitución ni se cumple ni se toca. El trabajo o la vivienda en lugar de un derecho ciudadano, que el Estado ha de procurar para todos, ha pasado a ser un artículo de lujo. Algo parecido a la Constitución de otra época que decía: <todo español está obligado a defender a la Patria, con las armas…>. Y bastaba con pagar unos reales para quedar redimido, incluso, de alistarte a la milicia. Los ricos, siempre los ricos, se libran de combatir. Todas las constituciones promulgan la igualdad de los ciudadanos, al menos, ante la Ley; sin embargo, y cada vez más, una constante y creciente desigualdad se cierne sobre la población, obligada, una gran parte, en asistir a la beneficencia social para poder vivir. Pero no aprendemos de antaño.

Hoy la educación retrocede legitimando una economía de mercado capitalista, con asignaturas ideadas por una OCDE que poco sabe de filosofía y, menos aún, de lo que es libertad de pensamiento o elección. Hay muchas maneras distintas de hacer las cosas (y más económicamente), pero no, volvemos a lo de siempre, a seguir haciendo lo mismo para volver a caer en crisis permanentemente. De igual manera imponen entre los niños clases de religión católica, con textos que suprimen la felicidad a los ateos. Dando a conocer un Dios que todo lo sabe, hasta los más íntimos pensamientos (el pasado y lo que está por llegar) creador del hombre, a su imagen y semejanza, aunque pueda renegar de Él y, por tanto, ser castigado.¿No existirá un Dios menos retorcido? “Sólo el conocimiento rasea el acerbo de la identidad adquirida” y para todo no hay una sola receta. Sin duda, la mayoría queremos vivir en paz y en armonía, en un estado de bienestar que a todos beneficie, donde las diferencias prevalezcan en razón a los esfuerzos realizados u otros valores, sin que nadie pase hambre y sea humillado. Hay por consiguiente, que anular el dicho de <tanto tienes tanto vales> y transformarlo por tanto sabes tanto vales y eso se posibilita haciendo las cosas mejor y para todos y estudiando certidumbres y no creencias.