sábado, 26 de septiembre de 2015

OPINA

Los tiempos que vivimos son complicados. Siempre lo han sido. Pero no nos engañemos: carecemos de otros tiempos. Éstos finalizan con la muerte por mucho que las religiones se empeñen en vendernos lo contrario. ¿Será esta la época adecuada para propiciar un cambio o innovación del  sistema social actual?
Leyendo 5 Fórmulas para el bienestar de España (que se regala) o la novela de ficción titulada Escape los lectores podrán comprobarlo. Sus páginas consideran de vital importancia separar las funciones del hombre a nivel privado de las que efectúa a nivel colectivo. Es de substancial importancia mantener la conciencia íntima (la más importante) aislada de las relaciones colectivas con los demás, aunque ambas mutuamente se condicionen. Nada tienen que ver. Han de permanecer separadas, autónomas e independientes como el agua y el aceite.
El hombre se realizará como tal, es decir, podrá ser libre e independiente, una vez que su actividad laboral o profesional la mantenga al margen su identidad personal, preservándola de toda influencia que le afecte. ¿Difícil? Por supuesto, pero es posible lograr.
Tal pregunta trae a mi memoria el mandato de un juez que exhorta al jurado a no tener en cuenta las palabras oídas. O, a interrogarme: ¿cómo un empresario puede mantenerse en calma y decidir con un “ya veremos el lunes”, cuando le avisan el sábado que su negocio está ardiendo?
Sin duda, estaremos de acuerdo en que las decisiones que tomamos no son propias, sino que responden a determinados intereses que nos mueven y, nos gusten o no, efectuamos.
¿Qué ocurriría si todos los habitantes (de un lugar) tuvieran asegurada su subsistencia con un pequeño esfuerzo? ¿Si tuvieran tiempo para dedicarse a lo que personalmente les gustara? ¿Si vitalmente su vida y la de los suyos la tuvieran solucionada?
Estarían encantados y una gran mayoría lo firmaba. Para otros la vida, quizás, fuese más aburrida. La competencia se diluiría o la codicia tendría un sentido más exiguo. Tal vez, las prisas disminuirían y todo se haría más lento para gozar de recursos naturales que se tutelarían, de aficiones que se llevarían a efecto, de amores y amistades que durarían.
Y, lo cierto, es que ello es fácilmente realizable. Y se puede conseguir una  inmaculada libertad personal, limpia de partículas contaminantes sociales, que no la obliguen a considerar y llevar a cabo recomendaciones, enchufes, prebendas y hasta delitos. La cuestión consiste en articular los medios para evitar las ocasiones. Emerger del pozo actual de los compromisos y valerse cada uno por sí mismo. Que el tiempo pase sin que sea asfixiante para nadie.
Y para ello se ocupará a toda persona sin empleo, se establecerá las limitaciones de salarios y rentas, se dividirán los mercados en comerciales y especulativos, se abolirá el dinero físico, se potenciará el sistema productivo: empresas, entes reguladores, sistema participativo acotando  las distancias sociales, se ajustaran cargos y plazos afilándose la Administración que determine un corralito a los llamados Paraísos fiscales, haciendo ver a la gente que el miedo debilita, origina cobardía y enferma, justo lo contrario que la ilusión necesaria para todo e, incluso, para ganar en democracia con Honorabilidad, Transparencia, Rentabilidad.

Súmate a la idea: Respeta a los demás y participa. Exprésate sin ambages. Se comunicativa.

martes, 22 de septiembre de 2015

RECAPACITA CATALUÑA

El pueblo de Cataluña, la gente que reside en ella, está metida en una encrucijada.
No existirá jamás sistema social alguno, en cualquier territorio que permanece fijo al albur de los tiempos y de los hombres, unanimidad entre sus habitantes, para  a cada uno de ellos pueda dirigir su propio destino y, menos aún, en un mundo cada vez más complejo y más poblado que nunca, salvo que elija ser un ermitaño. Todos dependemos de alguien o algo y ni siquiera algún miembro de la unidad familiar o el anacoreta citado, pueden ser absolutamente independientes. Sin embargo, no han faltado ni faltarán nacionalistas que abrazan el independentismo como solución a su propia mediocridad o complejo. Es casi natural echar la culpa a los demás de los propios defectos o desastres y arrastrar con sus palabras, sueños o locuras envueltos en alguna bandera, a miles, millones de personas que asienten a ese espíritu nacional, parecido al fervor religioso que considera enemigos e infieles a quienes profesan otras creencias, aunque sea el mismo, el único Dios al que alaban y le rinden pleitesía.
Aún recuerdo el régimen de democracia orgánica que me tocó vivir. El del Espíritu Nacional de Franco. El católico, apostólico y romano. El que defendí vehementemente hasta comprender, siendo un adolescente, que fui adoctrinado con un pensamiento hecho a imagen y semejanza  de los intereses de quienes gobernaban mi país. Ese lugar y tiempo es una casuística, sello de identidad que no olvido para convertirme, incapaz de desterrarlo por completo, en ciudadano del mundo. Conozco también perspicaces ateos defensores a ultranza del Cristo o la Virgen de su pueblo. Se persiguió y exterminó a judíos, gitanos, masones, comunistas… se rechazaron creencias, se prohibieron lecturas, se levantaron muros, se establecieron fronteras, se forjaron odios contra los extranjeros, se crearon multinacionales y muchos se enriquecieron.
Surgirán nuevos idealistas que, de buen rollo (¡eso sí!) desvíen el caudal del río España (El Ebro) desde Aragón a desembocar en Murcia, anulen vías de acceso y comunicaciones, prohibiendo el paso a Cataluña, y planten entre la gente a partir de su más pronta edad, semillas de xenofobia contra personas que hemos sido y están siendo dirigidas por  fanáticos, histéricos o cínicos de buena fe, lógicamente.
La soberanía de los pueblos que mucha gente reclama, los nacionalismos, independentismos y demás ismos que se sienten con exclusivos derechos, no son más que humanas formas para  separar, discriminar, segregar, enfrentar a personas que lo único que desean es vivir en paz y con un mejor bienestar. Nadie quiere ideas que, sean las que sean, les motiven odios, les lleven a la hoguera, al paredón, a la cámara de gas o a los campos de concentración. Eso lo provoca el interés de quienes quieren dominar. Y así, mientras predican la paz, vende armas para que la gente se mate. Y mientras abogan por la educación, permiten que seres humanos mueran de hambre. Dan con una mano lo que con otra quitan. La vida es un éxodo continuo de  seres humanos navegando en  busca de un bienestar que no alcanzan. Y, los menos, guardan distancias viéndolos caminar como animales hambrientos vagando en busca de comida, sin caer en la cuenta ni reconocer que, como la tortilla, la situación puede cambiar y ellos, como gobernantes culpables, elegidos o no democráticamente, pueden penar igual.
Mafias, ladrones y criminales son algunos de los Estados que nos gobiernan; la gente debe estar muy atenta a sus movimientos y no permitir que velen por intereses que perjudican a los hombres, escudándose en banderas, sentimientos o emociones con los que somos engañados. La idoneidad no consiste en creer a pié juntillas todo lo que se nos dice; al contrario, hay que cuestionarlo, hablar y hablar de pros y contra, sin dar las cosas por sentadas.
Mucha gente de Cataluña desea independizarse de España y no de la CEE, ¿qué clase de independencia es esa, si España no admite que Cataluña se incorpore a esa Europa? ¡Extraña independencia! Pertenecer a tan distinguido Club es privarse de independencia y ceder soberanía cada vez más: hoy, en la parte económica condicionando la política; después, será la sociedad la que reclame que no haya tantos golfos al frente de los estados miembros sino simples gestores, delegados de un Gobierno europeo que nos gobierne.
La verdadera política se gesta desde abajo, desde la comunidad de vecinos, los ayuntamientos, las zonas con costumbres, problemas, orografía o climas similares y cuyas soluciones son parte de la participación de sus habitantes; sin embargo, Barcelona nunca podrá por mucho que quiera la señora Ada Colau, a la que admiro, respeto y auguro que será excelente  presidenta del Gobierno español, independizarse de Cataluña, porque la propia Cataluña (sus leyes) lo impediría. Hablamos de Barcelona, Cataluña, España o Europa que son lugares no personas y cuya localización es inamovible. Los seres humanos somos  más importantes que los lugares en los que habitamos, aunque éstos nos condicionen. La política que se practique en beneficio de ambos ha de ir dirigida en tal dirección. No nos hemos de subordinar a un lugar, por mucho que lo queramos, ni ser presos de ningún sistema o  dirigentes que prometan nuevos ejércitos, gobernadores o pasaportes, aunque la fiebre del grupo nos invalide, anule el miedo a la autoridad y nuestra sensación de peligro se evapore. El proselitismo, el adoctrinamiento son  procedimientos mudos y crueles para domarnos, así como el fracaso no existe sino en el corazón de quien lo siente.
Casi todo el mundo sabe y habla del comunismo como un sistema fracasado. Hoy día muchos somos los que nos esforzamos en repetir que el capitalismo, cada vez, adquiere tintes de similares características y que necesita de una innovación. El primero habla del poder del proletariado; el segundo está consiguiendo que mercados y capitales sean el poder. Ambos ensalzan la lucha de clases abierta o sibilinamente. Ambos podrían ser válidos si los hombres fuéramos honrados. Ambos postulan (en lo que estamos absolutamente de acuerdo) que la democracia es el principal motor de cualquier régimen que, poco a poco, en virtud del grado de cultura, libertad, solidaridad, participación y tolerancia, se perfecciona o enriquece. 

Ciertamente, todo gobierno que gobierna de manera absoluta, dictatorial, totalitaria, sin contar con su gente (excepto para ser alzado al poder o dirigir una consulta neutra) fracasará a la larga. Y es que la política, íntimamente ligada a la economía y aunque ésta vaya bien, no será perdonada por el pueblo (o gran parte de él) que por ella su voluntad haya sido sometida, manipulada o acallada. El propio saber de la persona (si lo practica) le hará comprender que existen otras formas mejores de gobernar, como son  aquellas que no discriminan a los hombres por muy distintos que tengan el color de su piel, el sexo, ideas o creencias… Lo más importante es respetar a los demás ya que, en definitiva, todos somos iguales, marcados por la única independencia existente (la verdadera patria) que es el lugar y el tiempo de nuestra infancia. La democracia, con un buen grado de bienestar, será el modelo que siempre eligiéremos para vivir, unidos todos por el instinto que nos caracteriza como humanos. Lo demás, es cambiar el sentido de la noria: “estar en Málaga para meterse en Malagón”.

sábado, 19 de septiembre de 2015

QUE LAS CREENCIAS NO DECIDAN

A nadie extrañe que iluminados, caudillos, revolucionarios…, aduciendo ideas de cualquier orden o calado, enfrenten a sus fieles seguidores defendiendo las mismas contra otros que no las comparten o, sencillamente, se muestren indiferentes. Ni que decir si, además, abiertamente, las contradicen: combaten, insultan, se arremeten entre sí, sin tan siquiera, la mayoría de las veces, haber contrastado las mismas, sin haber debatido sus conveniencias e inconveniencias. El mundo de las ideas se puede ampliar a otros ámbitos de carácter grosero, material y concerniente a intereses, derechos o posesiones de cualquier índole y condición.
Los hombres pretendiendo caminar deprisa, en virtud de la actitud curiosa que les caracteriza, se arrastran en pos de lo desconocido a aventuras sin sentido, a panaceas que no son tales, a quebrantar lo prohibido. En realidad avanzan, retroceden o se estancan en la comodidad que les proporciona sus tradiciones o costumbres y que, en algún momento, debieron implantarse. En definitiva, forman parte de su creador, la propia Naturaleza que, sin explicación alguna, tiene para sí un tiempo eterno del que el hombre carece, una evolución de pasos adelante, de pasos hacia atrás, de errores y aciertos que la perseguirá, como a ellos, mientras exista.
Cuestiones antagónicas, tal vez necesarias, que la gente incapaz de debatirlas por desidia, desconocimiento, falta de criterio…, se ve abocada a consentir dejándose llevar por quienes, desde una posición de dominio proporcionado por su poder, cinismo, rebeldía…, se empeñan en instaurar anulando la contraria, sin medir consecuencias, ignorando si el pueblo ganará o perderá, si es o no reversible o legítimo, si hay o no gato encerrado con intereses ocultos.
La consideración de discutir implica reconocimiento o admitir la existencia de otra manera de actuar o de pensar, pero nunca la de aceptar sin más y, menos aún, la de acatar. Por tanto, entendiendo que la diversidad, en sí misma, es un planteamiento, la gente debe exigir a sus gobernantes, antes de enfrentarse entre ellos, que hablen y hablen hasta la saciedad, hasta conseguir un arreglo satisfactorio. Ninguna cosa está, ni estuvo, “atada y bien atada”.
¿Cómo hacerlo?  Las partes han de someterse al debate. A un debate pausado, comprensible y sin engaños que lo hagan viable. Cosas concretas, palpables y no recreadas en el elixir de la magia, la fantasía, el misterio o que augures vaticinen: entes éstos, para la íntima soledad de las conciencias. Personas aisladas se reunirán el tiempo que haga falta, en un lugar fijado, sin que les falten alimentos para el cuerpo y el alma, austera y dignamente, sin proclamas, sin medios, ni publicidad que les entretengan. No saldrán del mismo hasta que no haya “fumata blanca”, hasta que no alcancen un acuerdo que el pueblo entienda y pueda o no ratificarlo.
El bienestar de la gente, que es el objetivo principal de los pueblos, se puede lograr por caminos diferentes, pero nunca por imposición y, todavía menos, por rebelión, guerra o enfrentamiento. Es preferible ceder a sufrir o a morir por no hacerlo.

Orgullo, amor propio y ego los menos, y sobre todo, cuando en juego están cosas importantes, no baladíes, precisamente. ¿Qué no darían los padres para que sus hijos no se pelearan por discrepancias, herencias o derechos que, a la hora de la verdad, la muerte los borra o se los lleva? ¿Qué darían los hijos para que sus padres no se enzarzaran malmetidos con ideas no sopesadas o por creencias impuestas? ¡Qué otras luchas incruentas, razonadas, sin prisas, lo decidan! Apenas existe cuestión alguna que sea de vida o muerte. Nada es tan vital como se pinta. Nada inmutable como apuntaba la semana pasada. Nada más fuerte que la vida.

sábado, 12 de septiembre de 2015

¿HAY QUE CAMBIAR LA CONSTITUCIÓN?

Nada es inmutable. Todo permanece en continuo movimiento. De ninguna manera, por consiguiente, lo puede ser la Constitución española. No aceptar actualizarla en los tiempos que corren, es casi como admitir que somos inmortales. Y ni lo somos y nada lo es. Es más, la adaptación es sinónimo de vida y supervivencia, de evolución y desarrollo para conseguir que sea duradera y legítima. Nada hay más resistente y moldeable que un cabello que se peina cada día; sin embargo, no se destruye con un soplo como el polvo añejo que no se toca. Un junco resistirá mucho más que una caña seca. No obstante, nostálgicos de la transición (después de casi cinco décadas de inmovilismo) aún vienen a decirnos que es mejor no pensar en cambios: “No sé preocupen, pensamos por usted. Olvídense de slogans ilusionantes sobre democracia,  libertad, igualdad, etcétera, que nosotros se los proporcionaremos sin necesidad de cambiar nada”. Pero eso no es posible. La democracia, según el diccionario, es el sistema de Gobierno en el que el pueblo ejerce la soberanía mediante la elección de sus dirigentes. La libertad es la voluntad propia de elección y la igualdad, aquella conformidad por la que las personas tienen las mismas oportunidades, sin discriminación ninguna. Algo, por tanto, habrá de cambiarse: Y, ¿por qué no la Constitución?
No hay padres, salvo excepciones, que deseen mal a sus hijos; todos procuran el bien para ellos aunque pocos sepan cómo hacerlo. Por norma, asimilan el dinero al poder o a la felicidad ¡Qué error! La Monarquía, ese sistema político arcaico y trasnochado, tratando de mantenerse como si fuera una raza diferente o una clase superior al resto, sacrifica a cualquiera de sus miembros (en especial a los hijos) que le corresponda la responsabilidad de aceptar la jefatura del Estado (¡por la gracia de Dios!). Todo ello sin el beneplácito del heredero y contraviniendo los tres atributos anteriormente mencionados (democracia, libertad e igualdad) que la gente considera esenciales. Así que, el varón primogénito, en España, preparado desde su nacimiento, pasó a reinar (suena a cuentos de hadas) con el nombre de Felipe VI. A juzgar por los comentarios más sonados con el sobrenombre de “El Preparado”.
Es claro que las cosas han de hacerse de abajo para arriba (y no al contrario como sucede) a fin de que la soberanía de un país sea cada vez más  estable, más real y la ciudadanía participe más en las cuestiones que le afectan sobremanera. Por ejemplo: Una hija del rey de España será su sucesora, aún sin tener edad de saber si quiere o no heredar, si podrá estar o no bien dispuesta, sin haberse modificado la Constitución que habrá de cambiarse. Y, si para este caso es necesaria su modificación, ¿por qué no para otros? ¿Por qué mantener el Senado o que los habitantes de una autonomía decidan su futuro sin contar con el resto? Hay que innovar la más alta Ley y emplear la democracia, la libertad, la igualdad (de las que muchos se llenan la boca) y acallar malos entendidos.

En La Constitución cabe lo que se quiera que quepa. Imperativamente no hay que descartar ningún modelo; al revés, otras posibilidades, alternativas y lógicas decisiones se pueden ver contempladas en ella. ¿Por qué no incluir dos formas de Gobierno: monarquía parlamentaria y república que, cuando corresponda y en determinadas circunstancias, se elija lo que convenga? ¿Por qué no otros modelos territoriales como puede ser el federalismo u otros que, en su caso, ofrezcan otras alternancias? ¿Por qué no formular el perfeccionamiento activo de la Constitución, continuadamente, sin romperla, como un instrumento activo, flexible, justo y solidario? La democracia, la libertad e igualdad son tres pilares a los que no se puede renunciar. Del pueblo depende y el pueblo somos todos.

sábado, 5 de septiembre de 2015

EMPRESARIOS: Una raza especial

Los empresarios son los encargados de dar vigor al mundo. En principio, tal vez lo hagan por una cuestión de supervivencia; después, por el ánimo de lucro como la propia ley manda y, por último, por saborear el placer que representa su poder: no saben hacer otra cosa. Casi siempre están al filo de la ley. El desorden les pone. Se saltan las normas más elementales. Nada les detiene. Inventan, engañan, roban, matan y hacen lo que sea preciso para seguir adelante. Juegan con el pánico, arriesgan su vida y su sangre varia como la piel de un camaleón. Ven negocio en todo y, sin miramiento alguno, venden a su padre al mejor postor.
Son hombres que destruyen, ensucian, abusan, corrompen… Les gusta vivir deprisa y creen tomar decisiones acertadas. Pero se confunden. Las situaciones son las que les arrastran y sólo pueden defenderse. Trabajan duro para sí mismos, se endeudan, caen, y se levantan con más agallas. Les gusta poseer, llenarse de poder, ver el futuro con la certidumbre de que a ellos no les afectará negativamente considerándose más fuertes del tiempo que aguardan. Su trampa mortal son ellos mismos. No viven una vida personal. Sus aficiones, sus deseos, sus anhelos se apartan en pro de sus negocios. Sus hijos, los hijos de sus hijos los conocen en bautizos, comuniones, bodas y banquetes financiados por su bolsillo, mostrando así la generosidad del diablo de la que presumen. Pretenden retirarse jóvenes y, para cuando pueden hacerlo, ni se lo plantean: ya es demasiado tarde. La vida les come el tiempo del que siempre pensaron que no se agotaría. Entonces, en la intimidad, se lamentan cobrando fuerza la salud, el saber… el sí yo volviera. Se da el caso que, pase lo que pase, mantienen su ego volviendo siempre a lo mismo: suplir todo con dinero. Pagan a diestro y siniestro favores para cobrarlos después. Regalan drogas, amores, prebendas, habituando a sus relaciones a una dependencia que, más tarde, les será compensada con creces: vicios, pleitesías, errores que no prescriben e, invariablemente, con un alto precio que no pueden eludir.
Y hay una cosa importante en la que los empresarios se equivocan: alaban, admiran y les gustaría parecerse a los banqueros (prototipos del capital, figuras alejadas, poco asequibles, salvo si, igual a los políticos, les interesa) y olvidan que no son empresarios por mucho que así los consideren. Son intermediarios, anónimos mercaderes, personas que nunca pierden, tengan o no beneficios sus bancos. O, tal vez, sea un servidor el que yerra y no codicien imitarles sino explotar su mismo género: el dinero. Esa mercadería que no merma, ni pasa de moda; que atrae a pobres y ricos; por la que se roba y se mata; la que escasea y siempre se necesita. Y está además acotada, porque hay tontos que la almacenan como si, a la hora de su muerte, regalándosela a otros negocios con mercancías más saludables y duraderas, fueran a seguir gozando en un cielo de buenos caldos y ángeles complacientes. Incluso, aunque algunos no lo crean, simplemente, por si acaso, tratan de no dejar resquicios y quedarse tranquilos.
Los empresarios no tienen enemigos. Falaz quien eso diga. Son competidores, rivales que como ellos luchan por lo suyo. Pero lo suyo es casi todo. Se reúnen y mienten: se engañan recíprocamente. Extienden bulos infundados, acuden a la propaganda engañosa y el ánimo de lucro les ampara. Juran y perjuran, aunque los maten, que son limpios y claros en sus cuentas. Y es que llegan a creerse sus propias medicinas, convencidos de que el efecto placebo funciona perfectamente; tal es así que, nunca y de ninguna forma, aunque lo digan constantemente, son los que más arriesgan o los que más pierden; solo los que nada tienen, todo lo tienen perdido.