lunes, 8 de agosto de 2016

NI RAJOY, NI EL PP, NI NADIE ES IMPRESCINDIBLE

¿Es lógico que el Partido Popular (compañía anónima súper conocida) se prepare con la mayor de sus fuerzas para que Rajoy sea investido presidente del Gobierno de España?  Desde ese cargo se puede ejercer una influencia más substantiva y superior para sus intereses. Otra consideración, por mucho que traten de hacérnosla creer, no es cierta. Alegar, como dicen, por el bien de España, es pura falacia; ya tuvieron oportunidad de demostrarlo absteniéndose en la investidura de Sánchez  (Rajoy ni se presentó) y no lo hicieron; primó su interés al de España. Sólo les importa seguir mangoneando en su propio beneficio. Algo poco original en nuestra querida España.
El partido político aludido, fundado por Fraga (heredero y seguidor del franquismo) con el nombre de Alianza Popular, comenzó actuando no sólo con la finalidad empresarial de ánimo de lucro, sino además, como a  cualquiera de ellas le gustaría funcionar: obtener ganancias, directas o indirectas, y repartirlas entre sus socios, amigos y allegados sin obligación ni precepto alguno que declarar. Es decir, se dispuso, sin responsabilidad ni control, de una maquinaria bien engrasada que juega con trampa, manteniendo una contabilidad fantástica con ingresos y gastos ocultos, beneficios fiscales, acceso a información privilegiada, exenta de competencia  y, sobre todo, con la posibilidad de considerarse impune de representar un poder capaz de cambiar la legislación en su provecho, influir en personas y cosas hasta el extremo, si es preciso, de provocar la más absoluta de las crueldades como la guerra. Un partido político concebido para vaciar arcas públicas y privadas legalmente, a mucha distancia de las asociaciones sin ánimo de lucro, las Fundaciones, las ONGs y casi tan opacas como las mafias, sectas o religiones.
A la gente, principalmente, le mueven los poderosos que disponen de medios para serlo. Y el poder, por lo general, está en el Estado, en las empresas y entes con dinero que publicitan sus idearios, en su propio beneficio. El voto, queramos o no, es una decisión que, aunque sagrada, respetable y legítima, es poco reflexiva, albergado en la domesticación de cada cual, en una determinada situación, en una idea preconcebida o, también, emitido al calor de unos últimos acontecimientos, de unos miedos o vehemencias dirigidas e impregnadas, de la descabellada actitud que la resignación provoca. Muchas mayorías (todas) la eligen el pueblo, pese a que la  minoría advierta de su corrupción. En Marbella floreció, por ejemplo, el G.I.L. de abyecto recuerdo.
La gente esto lo sabe y su pensamiento es acomodadizo, acoplándolo a su buena, regular o mala realidad, para mantenerse cautos con lo malo conocido, ya que el cambio o la innovación los descoloca. Una convocatoria a manifestarse públicamente contra un asunto, partido político, sindicato…, por mucho que haya sido criticado, no llena calles o plazas como lo hacen la caza de un pokémon, el recibimiento de un artista, de un deportista, entre otras cosas, porque la gente, en general, teme que sea peor el remedio que la enfermedad y está acostumbrada a la picaresca, al político que no suelta el sillón ni con agua hirviendo que le echen,  a que le den gato por liebre, a buscar padrinos para casarse, a la escasa solidaridad que lo invoca a un sálvese quien pueda…  a la falta de compromiso o nula responsabilidad social.

¿Para cuándo querrá la gente que en España se imponga la Honorabilidad, la Transparencia, la Rentabilidad? Exijámoslas para cada uno de los actos que se hagan, aun cuando de nada servirá si los medios no se anticipan: anular el dinero físico, limitar las rentas, los plazos y los cargos, dar ocupación a todo el mundo a cambio de una renta digna, potenciar las empresas, regular herencias, procurar a todo el mundo una vida digna, estimular el valor del esfuerzo, la igualdad de oportunidades, la libertad, el respeto, la cultura… Del pueblo depende

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