jueves, 29 de septiembre de 2016

RELATIVIZANDO

He leído: “el que vive en el pasado se va a pique con él”, “el pasado no debe servirnos de sofá sino de trampolín” y también “un hombre no vale por lo que sabe; vale por lo que hace con lo que sabe”. Me gustan las sentencias, los refranes, los dichos populares e incluso los socorridos chascarrillos, empleados a menudo, si bien no hay ninguno que no tenga su revés u oponente.
Lo cierto, es que hay infinidad de frases, más o menos celebres, que suenan bien, encierran un contenido profundo o eximente y rara vez aprendemos de ellas; tampoco aprendemos de los hechos pasados por mucho que invoquemos a la historia, por mucho que digamos que ésta se repite a menudo y nos muestra el camino correcto; no olvidemos que tropezamos más de una vez en la misma piedra. Son, sin embargo, las experiencias vividas, aquellas que nos han hecho sentir inmensa alegría o un incalculable padecer,  las que nos han dejado huella en la memoria y nos marcaron de por vida. Por tanto, los problemas, dificultades, dichas o triunfos ajenos, por mucho que queramos compartirlos o hacerlos nuestros, apenas si representarán algo en nosotros: carecen de uso propio, no tenemos una idea exacta  y, menos aún, cuando nos damos la vuelta y nos alejamos. Es el olvido parte de nuestras defensas, tan importante como lo son las mentiras. Conviene pues, relativizar la mayoría de los asuntos y meditarlos.
La psicología, esa ciencia inexacta, se mueve por encuestas, por estadísticas que representan unas determinadas tendencias o resultados señalando las pautas a seguir de una colectividad. Las variables (educación, religión, costumbres, climas, alimentación, edades, sexo…) indicarán  las diferencias de cada comunidad que se estudie, al margen de su factor genético.  La mente, esa  fábrica, que de niños se forma, es como un terremoto, volcán o ciclón desconocidos que, en raras ocasiones, se manifiestan menguando cuando la energía decrece y la edad avanza.
La política es rastrera, traidora, mentirosa, ciega, muda o parlanchina, según convenga. Por supuesto no me estoy refiriendo a esa ciencia no escrita, ni exacta, que trata de organizar la vida de la gente y sus asuntos que se estudia en la Universidad, sino a la que, día a día, nos muestran sus profesionales causando problemas en lugar de resolverlos. Ya Maquiavelo escribió sobre ella y, en otra época más cercana, a nuestra Guerra incivil se la llamó Cruzada y  bandoleros a los maquis o guerrilleros que luchaban contra la represión golpista. Obsérvese pues, como utilizamos las palabras dependiendo de quién las escriba o pronuncie. Hoy se colman revistas, periódicos, televisiones y los famosos medios digitales con expresiones tendenciosas, calculadas a conveniencia por los variopintos intereses de quienes las emiten.

Las casualidades, por lo general, existen poco, la mayor parte de las veces son provocadas. Y así sucesivamente podíamos ir llenando de asuntos páginas y más páginas con las que entretener a los lectores. Hoy, no obstante, apenas se lee, y todo queda sintetizado en un titular, en una frase que nos llama la atención, nos mediatiza y provoca. Sólo hay algo que todo lo abarca y permite: el miedo y el placer, dos fuerzas que nos movilizan en distintos sentidos, pero hay una que nos conforma y es a la que siempre acudimos para cualquier acto a realizar: confianza.  Tener confianza, dar confianza, es lo que importa, lo más importante, por eso “ni me alabes ni me recrimines, deja en mis labios el último sabor dulce de nuestro encuentro y no la tristeza de tu despedida”, es una frase de uno de mis personajes en una de mis novelas. “No y no es no” es lo dicho por Sánchez al PP, con el que ahora parte de sus correligionarios le pagan sus servicios. El PP volverá a gobernar como lo hicieron los Borbones, por lo que queda claro que tres “noes” no resultan. Obsérvese pues, que todo es relativo.

jueves, 22 de septiembre de 2016

LA DESIGUALDAD VITAL (II)

A nadie se le escapa que Roma se desmoronó por causa de la desigualdad vital, enorme brecha social entre sus habitantes: una clase dominante, poderosa, minoritaria, privilegiada e insaciable, sin miramiento alguno, con escaso coste y desde su distante atalaya, contemplaba a sus esclavos, a la plebe y a los muertos de hambre que, por mucho que lo intentasen, no conseguían desengancharse de la pobreza. En el culmen de nuestra historia los Reyes Católicos trataron con sus políticas de igualar a sus súbditos en una sola religión, en un solo territorio, pero se equivocaron olvidando que ni lo uno ni lo otro, por relevante que sean, son lo principal; si lo fue el acusado expolio material que realizaron la nobleza y la religión católica al pueblo llano y a otras creencias para sumir a la mayoría de los habitantes de las Españas en los pobres analfabetos de siempre. La Transición en España no hubiera sido igual de no haberse instalado la clase media económica  a finales de la vida de Franco, pese a que este enano golpista y cruel dictador mantuviera al pueblo doblegado a su voluntad en beneficio de unos pocos: su familia y sus muy allegados. Y es que el temor al castigo, que su omnímoda dictadura infundía, aminoraba las estafas de entonces (menos que la infinidad de entramados mafiosos consentidos de ahora) e implementó medidas y servicios sociales importantes, con salarios dignos que permitían vivir a la gente, a pesar de su economía estatal, monopolista y dirigida, aunque nunca, lógicamente, lograra congraciarse con la mayoría trabajadora.

Hoy la economía en general, competitiva y privada, de estrategias y perspectivas, de consumo y escaparate, al albur de mercados y empresas libres, se agolpa en un sistema capitalista que nos lleva, merced a la codicia y el ánimo de lucro que la inspira, a los extremos de abundancia del logrero y a la escasez del necesitado, cuyas diferencias progresan hasta que nos hagan desaparecer. Una economía a la que poco importa el sudor, el color de la piel o la libertad de sus actores; la delincuencia o la bondad con que se realizan sus operaciones; el lugar desde donde las hagan o la forma con la que hayan obtenido sus recursos. Una economía basada en el juego y la apuesta, en la oportunidad  y el engaño. Un sistema, en definitiva, que no tiene en cuenta al hombre, a la persona física de carne y hueso capaz de sentir miedo y placer, y sí, a la persona jurídica, al ente que ni siente ni padece como el propio Sistema.

Abogo por su innovación para que la economía capitalista actual cambie formando dos ramas por las que hacer pasar la savia que la limpie, regenere y distinga la desigualdad vital entre lo comercial y lo especulativo, entre el interés público y el privado, entre la persona física y la jurídica. Es decir, ni lo uno ni lo otro, tomado parte de ambos componentes (nunca antagónico, siempre trasversal) en beneficio de la mayoría y que a nadie perjudique u oprima.

Será el modelo social de nuestro mejor existir, que es realmente lo que importa, donde el bienestar material nos permita aunar los sistemas educativos y legales de convivencia, al margen de patrias, soberanías, nacionalismos, identidades, independencias y políticas que nos enfrenten, dando por sabido que el derecho a decidir no es colectivo, ni sobre parte alguna, sino individual y sobre todo el mundo; que podamos gritar: La Tierra me pertenece y reclamo el derecho a decidir sobre ella. 

Un marco internacional al que hemos de aspirar atraídos por la democracia y el bien común.


En esa dirección camina mi pensamiento e imaginación que transcribo en mis escritos (novelas y medios digitales). Será necesario contrastar con cada uno de los habitantes del planeta para que su mayoría dé repuesta a: ¿En la desigualdad vital se puede vivir? ¿Existirá entonces la vida? 

jueves, 15 de septiembre de 2016

LA DESIGUALDAD VITAL (I)

El desplome de imperios, países, pueblos y grupos es originado por las abismales diferencias entre la codicia de los poderosos y la pobreza de los menesterosos que los componen. Razón que podremos comprender a la hora de analizar la caída de civilizaciones y culturas o el estallido de las guerras y revoluciones o el proceso regresivo de comunidades y consorcios.
Actualmente, pese al transcurso del tiempo con modos y actores distintos, sucede lo mismo. Hoy, existen sistemas económicos más sofisticados, pero el fondo de la cuestión tanto no ha cambiado y el hombre continua moviéndose con los mismos instintos y similares  necesidades para vivir (comida, educación, cobijo, salud, justicia, libertad) por lo que la desigualdad vital  apuntada no es baladí; sin embargo, las oportunidades que se presentan no son ni parecidas  para todos: ni en el tratamiento de la enfermedad, ni en la educación que se imparte, ni siquiera ante la ley somos iguales. Hoy, más que nunca, a nadie se le escapa que, ignorando o modificando las leyes para ponerlas a su servicio, los abusos de la clase poderosa se suceden sin que por ello sean castigados y, con semejante comportamiento, llevan a la gente a situaciones de indignación, rebeldía, enfrentamiento o desesperación, y el mundo hierve en tales escenarios como una locomotora a punto de estallar y, a menudo, revienta en algún punto concreto. Europa de disconformidades está llena y España no es una excepción.
 Europa debe encontrar el equilibrio social que le falta, consecuencia de su economía injusta e insolidaria. Injusta con sus ciudadanos no reduciendo las amplias distancias  o desigualdad vital que los separan y comprobando como la clase dirigente (los políticos) lo permiten. Éstos, pese a que digan lo contrario, forman parte de los poderosos con sus innumerables privilegios y escasas responsabilidades. Insolidaria con los emigrantes, los perseguidos, los que huyen del hambre y la guerra, a los que no se les busca un sitio donde rehacer su vida. (Australia fue el exilio sin retorno que emplearon los ingleses para castigar a sus… vergüenzas). Seguro que existe ese lugar posible donde con trabajo y esfuerzo de refugiados y emigrantes, con el mando  y dinero de Europa y con las perspectivas de negocio en general, se resolverían la infinidad de problemas que plantean y preocupan.
España ha conseguido el mayor grado de corrupción jamás conocido, así como las más altas tasas de paro, pobreza infantil y diferencia social. Por si fuera poco, el problema territorial de Cataluña se ha enquistado y todo ello, sin duda, consecuencia de un sistema desigual que nos domina: más avaricia, más pobreza.

Este es el punto clave, citado al principio: la desigualdad vital. Y España, con su famosa Transición e incipiente democracia dio comienzo a una divergencia paulatina, lenta y efectiva  que debemos reformar. No es posible que los niños aprendan en las escuelas cosas distintas o  las enseñanzas que se les imparten provoquen conductas extrañas u opuestas, inciten al odio o al desprecio de sus semejantes y no les motive a pensar o decidir. No es de recibo que la sanidad no esté unificada y cada español sea un emigrante fuera de su región. Carece de sentido renunciar a la rentabilidad, no reducir gastos e incrementar ingresos en beneficio de todos, por no unificar, centralizar o compartir administraciones, compras, servicios, criterios o modelos: el tiempo transcurrido desde que las autonomías se impusieron habrá, me imagino, proporcionado elementos de juicio al respecto. La desigualdad vital (como la denomino) es materia tan esencial, que no se ha de relativizar procurando la igualdad y el encuentro en cualquier orden, a fin de evitar peligros sociales que a nadie, y menos al pueblo llano, interesa.

jueves, 8 de septiembre de 2016

LA VIGILIA DEL DINERO Y EL PODER

Hoy, más que nunca, he recorrido durante mi reparador sueño parte de la picaresca española  recomendado a jóvenes desempleados que se dediquen al noble trabajo de la política. Mi subconsciente ufano alababa lo poco que para ello importa el esfuerzo, el nivel de estudios o la vocación que se tenga por servir a los demás; basta con acostumbrarse a tragar sapos y culebras; a practicar la calumnia, el engaño, la estafa sin que se detecte haciendo propia la ironía, la gracia o la mofa si a uno le fallan o se queda sin argumentos; a conseguir dinero a cualquier precio en campañas electorales a fin de ser conocido y mantener vivo su nombre, sin que su popularidad y la de su partido decrezcan. Tendrá después que ser fiel pagando los favores recibidos, por mucho que exijan los que le ayudaron, elegir y  acertar en la afiliación al partido político que lidera, pone en práctica y acumula sus acciones con semejantes menesteres.

El Sueño, hermano de la Muerte, convino conmigo en lo nada desdeñable que será implementar tales destrezas con una buena formación que contenga y facilite un excelente don de gentes, una licenciatura, un pico de oro, un carisma de líder capaz de decir a la gente lo que quieren oír llenándose la boca de patriotismo, honradez, transparencia y de lo bien que hace las cosas augurándoles, por supuesto, el eximio futuro que les aguarda si por ellos es elegido. Ningún diputado o senador de las Cortes de España percibirá menos de 6000 euros al mes, entre dimes y diretes, y el joven opositor al aprendizaje expuesto, encontrará el trabajo que la sociedad le niega, llegando a ser, tal vez, un insustituible político del mundo  mundial.  Por rematar con los consejos vertidos en mi modorra no quiero pasar por alto la total disposición que, cualquier alumno aventajado, ha de perfeccionar a fin de distinguirse entre los suyos: hacer la pelota al cabecilla sin pasarse, como un trepa sencillo pero audaz, guardando la estabilidad adecuada, la lisonja correcta, no sea que al agasajado caiga en desgracia y con él se desmorone; por consiguiente, no es nada baladí procurarse un mordaz y buen equipo de camaleón que despiste y conduzca al error a los envidiosos.

En otra fase de mi somnolencia, el Sueño, hermano de la Muerte, me asustó convirtiéndome en el principal jefe de la banda y no me gustó ser el mismo Rajoy, que gritaba:

“Defraudadores, amigos de los Papeles de Panamá, que lucháis cuerpo a cuerpo, de ninguna manera os repleguéis de la disputa en este aprieto. Salvad el dinero negro y no consintáis que el Estado miserable os lo despoje. Sed fuertes para que cunda el ejemplo de Soria y no hagan con vosotros igual justicia que con Luis El cabrón. Y aunque el Estado mezquino os doblegue, al menos, no capture sin esfuerzo la pasta que mantenemos escondida en los Paraísos fiscales”.

“¡Sed hombres, amigos, y recordad vuestro impetuoso coraje! La suprema gloria os aguarda rehusando auxiliar a los pobres. ¿No es una ignominia para quien defiende su patria que se le persiga? Que la familia, los negocios y los patrimonios incólumes queden a salvo sin que el fisco, regido por un Estado insaciable, se atreva a meterles mano. Para nosotros no ha de haber un plan mejor que este: trabaje nuestro dinero a través de testaferros, sociedades interpuestas, negocios pantallas, aunque nosotros tengamos que sufrir ocultos como fantasmas en pena. Más vale ganar la vida de una sola vez  o perecer siendo ricos, que dejarnos exprimir por más tiempo, de manera inútil, por un Estado implacable con el delito”.

“¡Amigos, sed hombres y tened vergüenza en vuestro ánimo! Teneos respeto mutuo en las esforzadas batallas: de los que se respetan, más se salvan que sufren la muerte; y de los que huyen ni se alza la gloria ni ningún auxilio”.

“¡Amigos, sed hombres e infundid en vuestro ánimo vergüenza de unos por otros! Acordaos de vuestra familia, negocios y posesiones que con la muerte perderéis”.

“¡Sed hombres, amigos, y recordad vuestro impetuoso coraje! ¿Quién os protegerá del Estado malvado cuyo daño con vosotros comete? Lejos de la Patria donde volver a traer el dinero sin más apoyo que vuestras manos y el mal”.

Reconozco haber leído, antes de dormir, trozos de la Ilíada de Homero y caer exhausto con el hartazgo político de la televisión, que quedó encendida; de ahí, sin duda, las efímeras  exhortaciones de mi alucinación que, además, se encaró conmigo para ofrecerme un plan trasversal en beneficio de la gente. “Ni de derechas ni de izquierdas”, dijo. “Sencillamente para que las personas, unos y otros,  maten la codicia y la pobreza que los atenaza: incapaces  e ineptos de salir de los extremos en los que se hallan como si fueran poseedores de la verdad”.


En la vigilia, al despertar, recordé aquello de que el Imperio no paga a traidores, pero entretanto, llena la boca de billetes a gentes como las que he citado, a periodistas como Cebrían, a ex presidentes como González y a tantos meapilas que ya no sigo porque me defraudaron. Algunos olvidaron la honradez y el coraje que es lo más noble que tiene el ser humano.

jueves, 1 de septiembre de 2016

EL DEBATE DE INVESTIDURA

-         - Pepe, Pepee. La suegra  ha muerto. –Gritó Juan desde un cuarto piso a su cuñado, que vivía en el bajo. Pepe, gesticulando no haber oído, voceó a Juan hacía arriba:
-              - No lo siento.
-              - ¡Coño! Ni yo tampoco  –respondió Juan- pero habrá que enterrarla.
En España también hay cosas que enterrar, nos gusten o no, pero con la inactividad nunca iremos de entierro. Los problemas y sus efluvios se agrandan y la indolencia no los resuelve.

Ayer, viendo los debates de la investidura y pensando en la pasividad de Rajoy, me vino a la memoria el chiste que antecede. Relacioné los discursos nacionalistas con la primera de las guerras mundiales que la Ilíada describe y copie una de sus frases, que dice: “Sanemos cuanto antes el mal. Pronto haréis que se agrave con la actual dejadez”. Así que, aquí, sin dioses ni semidioses, sin absolutos reyes ni infinidad de pueblos, nos aferrarnos a la ley (que con Rajoy comparto, pero puede enmendarse) o retrocedamos hacía aquellos tiempos de Troya (a los que a mí no me gustaría volver). Discurrí que prefiero una separación de nuestros pueblos contraviniendo o no la ley (y bien que lo lamentaría) antes que sacrificar la democracia en la que todos los pueblos podemos ser uno y llamarnos, por ejemplo, Europa. Amo mi lugar de nacimiento (pueblo, región, país) en el que hoy, por fortuna, impera la libertad y poco, o más bien nada, me importa ceder soberanía a quien nos gobierne con democracia, justicia y equidad, pues bien sabemos los ciudadanos que patria,  independencia, soberanía no son sino palabras que los dirigentes aprovechan en su propio beneficio. Deseo, más pronto que tarde, nos inculquen el fervor y el orgulloso de ser europeos.
  
Me encantó escuchar los debates de ayer. La libertad con que cada uno de los intervinientes se expresaba. El respeto, el orden, la conducta con la que se manifestaron. Ideas, puntos de vista, interpretaciones o perspectivas diferentes. Claridad, vehemencia, palabras y gestos posibles para entenderse pacifica y honradamente. Alabé la democracia en mi fuero interno y sentí vergüenza ajena de aquellos “padres de la patria o diputados” que, a través de la escuela, domesticaron mi juventud con su democracia orgánica, con su dictadura, con su terror y su tiranía. Nunca les perdonaré el miedo que me impregnaron con su religión y espíritu nacional. Su suciedad, su corrupción, sus malas artes amputaron el vigor supremo de mi mocedad.

Entonces, ante la muerte del enano asesino y golpista, el dictador de Franco, cundió el temor de la ingobernabilidad del pueblo español. Tanto se repitió, que muchos llegamos a creérnoslo, al igual que ahora sucede tornando en verdad tantas y tan descaradas mentiras que se airean y numerosas personas las creen a pie juntillas, sin siquiera cuestionarlo. Falla la verdad y, en su sustitución, con sus argumentos, invocan al chantaje y al miedo, tratando de ser creíbles.

Ayer comprendí las mentiras de Rajoy auto-complaciéndose con su gestión,  protegiéndose de los ataques que recibía e, incluso,  justificándose de no ser el culpable de las segundas elecciones, llegando a decir que nadie le pidió que se abstuviera en la investidura de Sánchez (nunca nadie sabe nada y menos cuando sus intereses están por encima de los demás) a lo que Rivera le recordó los escritos que le habían cursado. Y es que la mentira es una defensa; una humana protección con las patitas cortas, si bien, para cuando se descubre, tal vez, sea tarde para actuar. Por tanto, con mentiras tan flagrantes, los políticos deberían tener su castigo y además no ser votados.


Son, pues, los razonamientos de unos y otros los que perturbaron mi ánimo, aunque ello no me desaliente, ya que mi fuero interno está satisfecho con la democracia que en hemiciclo se respiró (aunque fuera “de baja intensidad”) para redactar lo que acabo de escribir. Otro día hablaremos del delito que representa el dinero negro (un 30% de nuestra economía) del que nadie habló.