lunes, 13 de marzo de 2017

ENFRIANDO LA CODICIA (5)


Enfriar la codicia es una cura del Sistema capitalista. A ello hemos dedicado las cinco últimas entradas de este blog (la de hoy incluida) tratando las siguientes cuestiones:                                                

Una: Liberalización empresarial y Limitación de rentas.                                                                   
Dos: Regular herencias.                                                                                                                        
Tres: Pleno empleo y Despido libre.                                                                                              
Cuatro: Recursos de ajuste, control y eficacia.                                                                              
Cinco: Comercio solidario.

 Hemos de buscar y descubrir las fórmulas de equidad en el reparto de las riquezas y los recursos para que ningún hombre sobre la faz de La Tierra pase hambre o muera de sed.

El hombre es lo importante, lo que más nos ha de interesar. Sin él, nada tendría sentido. Sin embargo, olvidamos que su desaparición sería un desastre, nuestra mayor catástrofe. El hombre se mueve, una vez cubiertas sus necesidades básicas, afirmándose en una confianza cambiante a medida que, con el paso del tiempo, adquiere nuevas creencias. El hombre pues, desarrolla y potencia el intercambio de bienes, derechos y obligaciones, además de su cerebro, para llegar hasta nuestros días, en un Planeta densamente poblado. Fue preciso que abandonara su aislamiento, autosuficiencia e individualidad (que hoy raramente conseguiría) y convertirse en un ser social, dependiente de un comercio  que, aunque fundamental para el progreso y su continuidad, también es interesado e insolidario, pese a que esté asentado dentro de la ley, el orden o un concierto mundial. Tal vez, nos hayamos ocupado en exceso de ese comercio imprescindible del que hablamos y apenas si hemos profundizado en los elementos y recursos para uso. Vemos atónitos (bien por desoír que el fin no justifica los medios; bien, porque los mismos nos hayan desbordado) como la empresa explota bienes naturales y de todos (aire, agua, sol…) en su provecho y menoscabo de la gente, logrando que el instrumento de cambio (el dinero) sea más importante que el bien que nos es menester e, incluso, que nosotros mismos. Esto ha de ser regulado y reconducido.

En la última entrada, de forma escueta, hablamos del dinero, a fin de que no se emita, ya que hay otras alternativas más simples, que además lo controlan, y de las empresas, para que sus bienes tangibles, sean sus mercaderías y poco más. Hoy nos extenderemos con la intención de que las personas jurídicas, rara vez, sean “hemofílicas” o inmortales. Que no se tenga que recurrir a obligadas amortizaciones por atesorar sus propiedades en entes anónimos, asociaciones fantasmales, sectas secretas o asociaciones inexpugnables. Que en ellas no permanezcan activos no explotados, abandonados o sin rendimiento por tiempo indefinido. Ni escondidos recursos exentos de impuestos. Ni bienes personales a nombre de fundaciones, ONG´s u organizaciones estatales, políticas o religiosas. Que sus beneficios sean repartibles en tres partes bien diferenciadas y exentos de impuestos: para su accionariado o propietarios, para sus asalariados y para la sociedad o las arcas públicas con destino a inversiones dirigidas a acabar con la pobreza y las desigualdades. Y, por supuesto, que aún considerando a la empresa el motor económico del comercio local, estatal e internacional, no recale en los llamados Paraísos fiscales que sólo a unos pocos beneficia, cuya producción es nula y sus dineros están preparados para la especulación y el delito. Reflexionemos sobre tales cuestiones.

La perspectiva de una Europa unida puede verse truncada, en estos momentos, por intereses de gente codiciosa, alejando a sus habitantes de una política común. No lo permitamos.

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