Hoy en día, entre la mayor parte de la población española, existe el
convencimiento de que lo verdaderamente importante es el dinero. Con él se
hace fortuna, se logra poder, se disipa la preocupación por no poseerlo. Siempre
fue así; sin embargo, cabría la posibilidad de que sirviera, únicamente, para
lo que se creó: ser instrumento de cambio. (Una cuestión de la que merecerá la
pena hablar otro día, aun cuando, desde ya, se debería eliminar físicamente
para que sus trazas permitieran seguir
su rastro, además de anular cuotas delictivas).
Se sueña con ser rico y tener seguridad
y con que a los hijos no les falte de nada. Nos olvidamos de la solidaridad y
de la igualdad de oportunidades, necesarias para todos. Es más; a veces, se
desdeña la bondad, el conocimiento, el esfuerzo y, sobre todo, la pobreza. Son muchos los ciudadanos que piensan
medrar afiliándose a un partido político, a alguna organización benéfica,
deportiva o a otra que consideren les puede reportar estabilidad o provecho en
lugar de superarse con ahínco en el
trabajo y el estudio. Es triste, pero así es.
No se perciben rectos ejemplos en los gobernantes que gestionan
nuestras vidas que no ven, toleran y practican la corrupción hasta el extremo
de abochornarnos de ser españoles y sentir vergüenza ajena. Miran a otro lado y ostentan, lideran,
simbolizan en primera, segunda o tercera fila, la descomposición de un sistema
que, desde antaño, nos viene persiguiendo. Y de manera impune, por falta de
medios o pruebas que se destruyen, por prescripción o cambio de leyes, por
falacias o malas artes…, hemos llegado
hasta hoy sin solucionarlo. La imagen de
España en tal sentido es deleznable. Representamos la picardía, el timo, el
choriceo...: un orgullo merecido de trileros). Y lo peor, es que el Gobierno
persevera en mantener jactancia tan destacada (originaria del paro, la
desigualdad, el incumplimiento de las leyes,
los golpes de estad…) sin aprender a tener humildad. Las medidas que
toman son de juguete y mentirijilla: buenas palabras que los de arriba
incumplen con pésimas acciones. “La
gente de fuera ve a los ministros muy atareados y dándose aire de personas que
hacen alguna cosa. Cualquiera diría que esos personajes, cargados de galones y
de vanidad, sirven para algo más que para cobrar sus enormes sueldos; pero no,
nada de esto hay. No son más que ciegos instrumentos y maniquíes que se mueven
a impulsos de una fuerza que el público no ve. No deben nada de lo que tienen a
su propio mérito, por lo que no hay que deslumbrarse por la grandeza de esos
figurones, a quienes el vulgo admira y envidia: su poderío esta sostenido por
hebras de seda, que las tijeras de la putrefacción
puede cortar”.
Salvo en el deporte y poco más,
son pocas las ocasiones por las que un español puede sentirse orgulloso de
serlo. Son contadas las acciones en las que, positivamente, de manera
individual o colectiva, destacamos del resto para sentirnos satisfechos. Ya nos gustaría que la tan cacareada
Transición se hubiera cerrado con dignos entierros para todos los muertos y
desaparecidos. Que los símbolos nacionales (himnos, banderas, monumentos y oraciones)
se hubieran cambiado, unificándolos para todos. Ni siquiera la principal
norma a cumplir, que es La Constitución, brinda la posibilidad de tener
igualdad de oportunidades, trabajo o cobijo. Sin embargo, nos damos aires de
grandeza pregonando logros inmerecidos, asegurando crecer económicamente más
que otro país de la CEE, como si no supiéramos cómo se consigue o a quién
beneficia. Ya va siendo hora que nuestro
Gobierno demuestre que somos serios y honrados como país, aplicando
contundentes medidas de regeneración, caiga quien caiga, e invaliden de
nuestros caletres la impresión de que quien manda son mafias económicas o criminales bien organizadas.
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