Exacerbado patriotismo nacional o independentista son voces que
prometen la gloria. Pasiones incontrolables coreadas por una música
celestial, animan a olvidar los
principales problemas diarios con cánticos de sirena que los silencian.
La masa enfervorecida necesita alentarse
con sentencias de muerte y participar en ellas (anónima y ausente de criterio)
hasta convertirse en justicia, verdugos y cadalso. Ya no hay patíbulos donde exhibir al ajusticiado en la horca y la turba
se llena la boca de democracia, paz y libertad, mientras quienes los dirigen
imponen leyes a su antojo que han de aceptar. Un inconmensurable río de
gente dirigido por un gobierno, los lleva a la Meca como corderos con el único
objetivo de ser sacrificados. Son obedientes y no piensan. Acuden como posesos
al ara del sacrificio. Les falta tiempo
para reflexionar lo qué pasa, las razones objetivas que les asiste, el porqué
han llegado hasta esa situación.
Todo se monopoliza. Sólo existe
una cuestión. Ya nada se habla del paro, de la corrupción de las clases
dominantes, de una sanidad empequeñecida, de una mala educación, de una
convivencia que se deteriora con rivalidades y enfrentamientos, incluso, entre
amigos y familiares. Y el miedo se
extiende como la pólvora entre los que se mantienen al margen asustados sin que
nadie sea capaz de atajar la locura desatada. Pero el mundo, ajeno a esa
ceguera, no se ha detenido y recuerda la historia de millones de muertos
originados (sin ningún sentido) por ocultos fines de mangantes o dementes con
intereses ilegítimos.
El gobierno regional que los
provoca se muestra seguro, pacifico, confiado y, como caldo de cultivo, se
sirve de ello para alimentar a sus seguidores con pequeñas precipitaciones que
cale bien sus huesos, empape y fructifique sus cuerpos como la tibia agua de
mayo. Espera el fallo de un imaginario enemigo
para sentirse más víctima todavía, pese a que siendo lobo se vistió con la piel
de cordero para, desde el primer momento, mantener engañados a sus fieles e incondicionales.
Pobres estos que no ven sino a través de
ojos extraños.
Embravecidos y robustos hombres
portan una bandera. Un trozo de trapo cambiante por el que estarían dispuestos
a dar su última gota de sangre, escudados en un sentimiento patrio que los une
e identifica, al tiempo que los excluye, los limita y los hace vulnerables. Son semillas de viejos tiempos, arrastradas
por los aires que, de vez en cuando, transitan merced a embaucadores prometiendo
lo que desea oír la gente, para lograr sus propios intereses.
Himnos, banderas, signos obligados
e inventados, fácilmente mudables. Identidades,
patrias, religiones, sentimientos, símbolos cambiantes de los que avezados
expertos se aprovechan para evitar que ninguno de ellos nos proporcione la paz o
el bienestar a los que, la mayoría de nosotros, aspiramos, independientemente
de donde hayamos nacido o vivido. Hagamos íntimos y privaticemos nuestros
principios. No deseemos que nada se nos imponga. No hay remedio mejor que potenciar la
libertad respetándonos en un sistema participativo y abierto donde prime la
Honorabilidad, la Transparencia y la Rentabilidad que siempre ponderamos.
Hablemos, viajemos, conozcamos
otras gentes, otras culturas, otras ideas. Ni mejores ni peores. Debatamos.
Razonemos. No permitamos que nadie imponga su voluntad cuando los ojos los
tenemos cerrados, estamos dormidos o alguien nos ha trastornado. Avancemos para
que los pueblos se unan y no se separen. Ya han pasado los tiempos que Roma
imponía la dictadura para entenderse. Demostremos que nuestra conducta ha
cambiado.
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