Cada uno de nosotros, la mayoría
de las veces, nos vemos reflejados en los demás creyendo que sienten, piensan o
perciben como nosotros e, incluso, que actúan o actuarán como nosotros ante
iguales circunstancias. Y no es así. Tal vez, por eso, el partido en el poder que
nos gobierna supone que sus medidas son las que todos quieren o esperan. Y no es así.
Parece cierto, tal como dice el
refranero español, que “el ladrón cree que todos son de su condición”, sin
embargo, cuando los radicales, maximalistas u obsesivos del independentismo, nacionalismo,
comunismo, capitalismo, etcétera comprueban que no es así, sólo ven en los que
no piensan como ellos sus antípodas y enemigos. “O eres patriota o no lo eres”, se les oye decir. Pues no. Se puede
ser más o menos patriota, más o menos nacionalista, estar más o menos
identificado con una u otra idea o ser más o menos radical apropiándote cosas
de uno u otro, aunque al unísono no se pueda sorber y soplar o, como el
embarazo, sólo admita una alternativa; es decir, las cosas, las circunstancias,
las personas físicas no son blancas o negras, zurdas o diestras, creyentes o no
creyentes, amigos o enemigos. Hay infinidad de clases y matices diferentes en
casi todo y, mientras esto no se tenga presente o los situados en el norte y en
el sur, de ello, no se den cuenta, será muy difícil entenderse y ver clara la
realidad.
¿Por qué los que estén situados en polos opuestos (o extremistas) han
de considerárselo y, en menor medida, los más próximos al ecuador (o moderados)?
La adaptación es la causa fundamental de la continuidad de la vida; sin
aquélla, resultaría imposible ésta. Por tanto, los más moderados pueden
adecuarse de mejor manera a la supervivencia; cercanos a los trópicos suben o
bajan, merced al clima que más los beneficie, sin que la extrema dureza de los
polos se lo permita a los intransigentes.
Comprendo que es fácil decirlo y
algo más difícil ejecutarlo, pero practicar la reflexión, el dialogo, la pausa,
el silencio, pueden ayudar. Hay
cuestiones, no obstante, con la que no valen las medias tintas ni los términos
medios y con las que se ha de ser intolerante: el crimen, la violencia, el
maltrato, la esclavitud, el sometimiento, el abuso de poder, la guerra y otras
tantas cosas denigrantes que cada cual tendrá en su caletre y a las que añado
el paro, la injusticia y la corrupción. Bien es cierto, que hay cuestiones
semánticas que tratan de disimular muchos de estos casos. Los políticos son muy
dados a su uso para tapar sus errores y felonías. Baste recordar la época de la
dictadura en España. La Administración decía que los españoles gozábamos de una
“democracia orgánica”. Influye también, además del ambiente en el que nos desenvolvemos,
la educación o domesticación de niño recibidas. A veces, se impregna de tal
manera que ni la razón, ni el sentido común, ni la bondad son suficientes para
modificarlo.
Es una falacia que
cualquiera de los “ismos” citados sean sentimientos. Los sentimientos se
modifican ante una fuerza más poderosa (como la certeza) que los doblega y los
ajusta. Del amor se pasa al odio, de héroe a villano, de dios a diablo o
viceversa.
Hay ocasiones que nos basamos en la tradición y la costumbre para
justificar lo injustificable. Y no es así.
Afortunadamente, la mujer está adquiriendo más protagonismo, el
homosexual es menos vilipendiado, la bruja no va a la hoguera, los minusválidos
no se sacrifican en la Roca Tarpeya y el
mundo avanza hacia la eliminación de fronteras y la unión de sus gentes
que, salvo excepciones, buscan la paz, la libertad y el bienestar. Un mundo con
avances y retrocesos en el que todos quepamos teniendo con que ganarnos la vida
(incluso los inmensamente ricos o los pobres de solemnidad) y donde la igualdad
de oportunidades sea verdadera.
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