Hoy día no hay una palabra en
Europa más pronunciada que Democracia. Por Democracia entendemos aquel sistema
por el que el pueblo en su conjunto ejerce la soberanía mediante la elección
libre de sus dirigentes. A medida que la democracia se va ampliando en
número de personas se refuerza y favorece la unión, el compromiso, la
solidaridad de todas ellas.
Cuando el sistema democrático es libremente
aceptado no cabe marcha atrás y difícilmente se darán enfrentamientos o guerras
entre los miembros del grupo, ya que cada cual renunció, en favor de la mayoría,
la parte de soberanía que, en su caso, les pudiera corresponder. La soberanía
pues, jamás podrá ser acaparada por engaños o artilugios anti democráticos, ya
que daría fin a los principios de
igualdad en los que la democracia se sustenta. No es de recibo, por tanto, disgregarse de un conjunto democrático para
formar otro grupo democrático y seguir perteneciendo al mismo conjunto del que
se quieren separar. No tiene sentido y es una corta visión tributaría de
intereses personales, que juegan con la paz y la libertad de los pueblos. Reconocerse
en su propio ombligo, no es ni más ni menos, que retroceder en los tiempos y
aislarse del contexto global, social y humano hacia donde el hombre extiende sus
metas.
No cabe la independiente para unas cosas sí y para otras no. La
democracia no contempla medias tintas y está al margen de individualismos,
nacionalismos o excentricidades. Se limita, simplemente, a aglutinar consensos de
las mayorías con las que, sin duda, habrá que estar. Cuando se han alcanzado
grandes acuerdos, en amplios territorios, es inevitable que surjan voces
invocando a la desunión y que intereses minoritarios den pie a su involución
alegando, a su juicio, errores en su día
cometidos. Es así, como una minoría, en
su propio provecho, excluye a la mayoría. Pero es que además de reconocer
divisible lo indivisible, se empeñan en no estar al margen de los que se
quieren separar. Y una de dos, o se
separan absolutamente, o continúan formando parte solidaria del proyecto
democrático común de todos.
El caso catalán es típico modelo del que hablamos. Desean ser
independientes, pero igualmente desean pertenecer a Europa, a la que ya
pertenecen al ser España. Eso sí. Olvidan que no se puede sorber y respirar al
mismo tiempo, ya que la ausencia de soberanía propia, cada vez más, es a lo que
la democracia tiende. El futuro de una Cataluña independiente sería alentador: carente de voz y visado internacional,
contingentes comerciales, cierre de fronteras.
Una región pobre es solidaria porque poco puede compartir con las
demás. Una región rica, como la catalana, es insolidaria porque no quiere
compartir con las demás. Sus dirigentes por ello se consideran superiores,
y no es así. Ni Europa ni el mundo puede considerarlos exclusivos; es más, se les
atribuye prepotencia y ausentes de empatía al preferir llevar a su gente hacia
la soledad y el aislamiento internacional, sin que ni un 50% esté de acuerdo.
Unos dirigentes que han hecho uso
de las leyes a su antojo: ponderándolas cuando les convenía u obviándolas, cuando
no estaban de su parte, son unos estafadores. No solo la guerra o la revolución
es violencia; ésta también se esconde en sepulcros blanqueados, en voces viperinas, en la hipocresía revestida
de esperanza, en las dictaduras. Ni son
justos, ni pacíficos, ni democráticos. Pueden continuar engañando a ingenuos
seguidores, pero no a la mayoría de catalanes, ni españoles, ni europeos.
Pretender ahora, a estas alturas, después de haber sido tratados como dioses
pese a su manifiesta cobardía, huyendo como traidores, tratar de ampararse en leyes
que les convine, no es sino una burla para el más necio de los mortales. La democracia necesita ser defendida y nadie,
mentirosamente, puede arrogársela.
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